- Para ser libre hace falta respetar la verdad sobre el hombre.
- Los mandamientos de la ley de Dios no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta hacia la perfección.
- Una adquisición positiva de la cultura moderna es el sentido más profundo de la dignidad de la persona y del respeto debido a la conciencia. Pero estos avances no justifican una concepción radicalmente subjetiva del juicio moral.
- El hombre goza de libre albedrío, pero solamente Dios tiene poder de decidir sobre el bien y el mal.
- Puesto que las normas éticas derivan de la común naturaleza humana, incluyen preceptos que obligan a todos y siempre. La naturaleza humana trasciende la diversidad de las culturas.
- La conciencia puede errar. Nunca es aceptable confundir un error subjetivo sobre el bien moral con la verdad objetiva.
- Los pronunciamientos de la Iglesia sobre cuestiones morales no menoscaban la libertad de conciencia, porque esa libertad no es nunca "con respecto a" la verdad sino sólo "en" la verdad.
- Es importante la opción fundamental de orientar la vida hacia Dios. Pero, aunque no haya un rechazo explícito de Dios, se incurre en pecado mortal por una transgresión voluntaria de la ley moral en materia grave.
- Si los actos son intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla.
- Sería ingenuo pensar que se presta un servicio al hombre aguando la moral. La genuina comprensión debe significar amor al verdadero bien de la persona, a su libertad auténtica.
- La alianza entre democracia y relativismo ético priva a la convivencia de referencias morales seguras.
- Los teólogos moralistas, que aceptan la función de enseñar la doctrina de la Iglesia, deben dar ejemplo de asentimiento al Magisterio. Los Obispos deben exigir que se respete el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad.