miércoles, 4 de diciembre de 1985

Credo IV » La Trinidad » Tres personas distintas y un solo Dios verdadero


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de diciembre de 1985


Tres personas distintas y un solo Dios verdadero

1. "Unus Deus Trinitas..."

Al final del largo trabajo de reflexión que llevaron adelante los Padres de la Iglesia y que quedó consignado en las definiciones de los Concilios, la Iglesia habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como de tres "Personas", que subsisten en la unidad de la idéntica naturaleza divina.

Decir "persona" significa hacer referencia a un ente único de naturaleza racional, como oportunamente esclarece ya Boecio en su famosa definición ("Persona proprie dicitur rationalis naturae individua substantia", en De duabus naturis et una persona Christi: PL 64, 1343 D). Pero la Iglesia antigua hace rápidamente la precisión de que la naturaleza intelectual de Dios no se multiplica con las Personas; permanece siendo única, de tal manera que el creyente puede proclamar con el Símbolo "Quicumque": "No tres Dioses, sino un único Dios".

El misterio aquí se hace profundísimo: tres Personas distintas y un solo Dios. ¿Cómo es posible? La razón comprende que no hay contradicción, porque la trinidad es de las Personas y la unidad de la Naturaleza divina. Pero queda la dificultad: cada una de las Personas es el mismo Dios, entonces ¿cómo pueden distinguirse realmente?

2. La respuesta que nuestra razón balbucea se apoya en el concepto de "relación". Las tres Personas divinas se distinguen entre sí únicamente por las relaciones que tienen Una con Otra: y precisamente por la relación de Padre a Hijo, de Hijo a Padre; de Padre e Hijo a Espíritu, de Espíritu a Padre e Hijo. En Dios, pues, el Padre es pura Paternidad, el Hijo pura Filiación, el Espíritu Santo puro "Nexo de Amor" de los Dos, de modo que las distinciones personales no dividen la misma y única Naturaleza divina de los Tres.

El XI Concilio de Toledo (a. 675) precisa con finura: "Lo que es el Padre, lo es no con referencia a Sí, sino con relación al Hijo; y lo que es el Hijo, no lo es con referencia a Sí, sino con relación al Padre; del mismo modo el Espíritu Santo, en cuanto es llamado Espíritu del Padre y del Hijo, lo es no con referencia a Sí, sino relativamente al Padre y al Hijo" (DS 528).

El Concilio de Florencia (del año 1442) pudo, pues, afirmar: "Estas tres Personas son un único Dios (...) porque única es la sustancia de los Tres, única la esencia, única la naturaleza, única la divinidad, única la inmensidad, única la eternidad; efectivamente, en Dios todo es una sola cosa, donde no hay oposición de relación" (DS 1330).

3. Las relaciones que distinguen así al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y que los dirigen realmente Uno al Otro en su mismo ser, tienen en sí mismas todas las riquezas de luz y de vida de la naturaleza divina, con la que se identifican totalmente. Son Relaciones "subsistentes", que en virtud de su impulso vital salen al encuentro una de la otra en una comunión, en la cual la totalidad de la Persona es apertura a la otra, paradigma supremo de la sinceridad y libertad espiritual a la que deben tender las relaciones interpersonales humanas, siempre muy lejanas de este modelo transcendente.

A este respecto observa el Concilio Vaticano II: "El Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos sean uno, como nosotros también somos uno' (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (Gaudium et Spes, 24).

4. Si la perfectísima unidad de la tres Personas divinas es el vértice transcendente que ilumina toda forma de auténtica comunión entre nosotros, seres humanos, es justo que nuestra reflexión retorne con frecuencia a la contemplación de este misterio, al que tan frecuentemente se alude en el Evangelio. Baste recordar las palabras de Jesús: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10, 30); y también: "Creed al menos a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10, 30). Y en otro contexto: "Las palabras que yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí" (Jn 14, 10-11).

Los antiguos escritores eclesiásticos se detienen con frecuencia a tratar de esta recíproca compenetración de las Personas divinas. Los Griegos la definen como "perichóresis", el Occidente (especialmente desde el siglo XI) como "circumincessio" (= recíproco compenetrarse) o "circuminsessio" (= inhabitación recíproca). El Concilio de Florencia expresó esta verdad trinitaria con las siguientes palabras: "Por esta unidad (...) el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (DS 1331). Las tres Personas divinas, los tres "Distintos", siendo puras relaciones recíprocas, son el mismo Ser, la misma Vida, el mismo Dios.

Ante este fulgurante misterio de comunión, en el que se pierde nuestra pequeña mente, sube espontáneamente a los labios la aclamación de la liturgia:

"Gloria Tibi, Trinitas / aequalis, / una Deitas / et ante omnia saecula, / et nunc et in perpetuum".

"Gloria a Ti, Trinidad, / igual en las Personas, único Dios /, antes de todos los siglos, ahora y por siempre". (Primeras Vísperas de la Santísima Trinidad, 1 Antif.).